Siempre me gustó, además de aplicarla en cuanto puedo, la idea del ensayista ruso Mijaíl Bajtín, uno de grandes estudiosos de la cultura de la alta Edad Media y Renacimiento, según la cual hay obras que bien pueden catalogarse de carnavalesca. Todo lo que se oponía a la cultura oficial en registro absolutamente humorístico, tendía a la idea de carnaval. Trastornaba lo establecido, derribaba las élites formales y temáticas de los discursos ideológicos, entre ellos el narrativo. Por eso Bajtín eligió como paradigma de esta idea, la novela de Françoise Rabelais, Gargantúa y Pantagruel. Años más tarde, Cervantes ponía en boca del Quijote la descripción de un individuo engreído que creía saberlo todo, por eso se titulaba él mismo un humanista. Este ridículo individuo se entregaba a estudios a cada cual más prescindibles. Por ejemplo, se preguntaba irascible cómo es que Virgilio no atinó a preguntase quién fue primer hombre que sufrió un catarro. Ante semejante simpático desvarío, Sancho agregó que también se podría uno preguntar entonces quién fue el primer hombre que se rascó la cabeza. Todo este introito viene a cuento de la nueva novela del escritor en lengua catalana Albert Pijuan (Calafell, 1985), El gran reemplazo.

El gran reemplazo
Albert Pijuan
Traducción de Rubén Martín Guiráldez
Sexto Piso, 2024
280 páginas
19,90 euros
